Otra afinidad, por cierto, entre Pessoa y Borges es que los dos, durante varios años, ejercieron fundamentalmente de críticos literarios, es decir, que su actividad visible era la crítica y se presentaban frente al mundo literario en tanto críticos (ambos podían haber suscrito la frase de un personaje de Vila-Matas: “soy alguien que se hace pasar por crítico literario”). Borges había debutado como poeta, pero después, en las décadas de los veinte y los treinta, fue principalmente un crítico; publicaba sus reseñas y ensayos en revistas y luego solía reunirlos en libros (Inquisiciones, El tamaño de mi esperanza, El idioma de los argentinos, Discusión, Historia de la eternidad). Pessoa se prodigó en revistas y nunca recopiló su crítica en libro (ni ninguna otra cosa, prácticamente, aunque se la pasaba haciendo planes editoriales).
Una de esas revistas fue Teatro, en donde el joven Pessoa publicó algunas reseñas despiadadas. Entre ellas, una dedicada a una novela del brasileño Manuel de Sousa Pinto, principalmente crítico, que le sirve para disertar sobre el “crítico de segundo orden”. Lógico, esquemático, irónico, el joven reseñista explica:
El crítico de segundo orden une la capacidad de apreciación a la incapacidad de comprensión y análisis. Se encuentra razonablemente seguro en la crítica de cosas que no impliquen cambio o novedad. Y, en materia de opiniones por escrito, dispone de un estilo que, cuando es normal, es simple, vivo e interesante, pero las ideas y la formas solo las tiene adaptadas a una especie casi subliteraria, la crónica. De aquí se concluye que el crítico de segundo orden es un buen crítico que es un mal crítico. Hay tres clases de malos críticos: estos, de segundo orden, porque no son de primera; los sectarios (como Brunetière) porque son sectarios, y los que no son críticos porque no son críticos (como gran número de poetas y artistas, e incluso de pensadores por otros caminos)… Hay tres cosas en las que el crítico de segundo orden no debe caer nunca: tener opinión propia, criticar las obras que tengan novedad o complejidad y hacer arte… No debe querer tener opinión propia porque la opinión propia, en la crítica, implica el preestablecimiento razonado o meditado de principios o teorías propias y un crítico de segundo orden tiene, por naturaleza, tanta capacidad de teorizar como un pez o un caracol. No debe criticar novedades y complejidades porque no tiene suficiente individualidad para deshacerse naturalmente de lo ordinario y lo simple, ni inteligencia que le baste para arrancárselo a la fuerza. En el primero de esto errores el señor Sousa Pinto ha caído un poco; en el segundo, algo más que un poco. Pero lo que nos importa es que, llevado por lo que debe ser vanidad, por su imperfecto sentido crítico y, sin duda, por elogios que gente inferior le ha hecho sinceramente, el señor Sousa Pinto se metió, intelectualmente, en el lecho de Procusto de escribir novelas, de donde ha salido sin pies ni cabeza…
Y luego empieza la crítica propiamente dicha… Si, como observa João Gaspar Simões, de lo que el crítico de segundo orden no debe hacer se deduce lo que el crítico de primera debería, este debe tener opinión propia, criticar obras innovadoras y complejas y, eventualmente, hacer arte, o sea, ser más que un crítico (o bien, dejar de hacerse pasar solo por uno).
La reseña original, aquí: http://www.pessoadigital.pt/en/pub/Pessoa_Coisas_Estilisticas